Jorge Cafrune
Dende muy gurisita
se ten gana en la ropa y en el cuero
ese tufo emperrao de las cocinas
que es mestura de hollín, de humo, de sebo,
y atrás el que anda siempre el macherío
como perrada hambrienta tras de un hueso.
No bien los catorce años
t’encarosan los pechos
y la naciente redondez del anca
te enllena el vestidito de percal viejo,
ya el algareao patrón o el mayordomo,
andan buscando ande tumbar tu cuerpo.
Y cuando te hinche el vientre el primer hijo,
ya se creen con derecho
a un lugar en tu catre y en tu carne
hasta los pobres peones galponeros,
porque vos, infeliz, sos en el campo
la única cosa que no tiene dueño.
Casi no hay año que no eches al mundo
un gurí rubio, amulatao o negro,
porque en las noches emparejadoras
se confunden los pelos,
y más si son dos almas solitarias
las que entreveran sangre y sufrimiento.
Uno aquí, otro allá, por las estancias
-pelusa'e cardo que esparrama el viento-,
esos hijos sin padre se te quedan,
mientras vos ves gastarse tu deseo
de ajuntarlos un día en un rancho
con sol alegre y nuevo.
Y así vas, de hombre en hombre,
de cocina en cocina envejeciendo,
hasta que inútil ya, descangallada,
sin servir pal fregón ni pa los besos,
terminas casi siempre tu existencia
cebando mate en una casa'e pueblo
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