Según cierta leyenda chibcha, vivió junto a la laguna Guatavitá (Colombia), un príncipe que, disgustado con su esposa, la castigaba y sometía a crueles humillaciones.
Desesperada la infeliz, arrojose con su hijita a la laguna, donde se dice que fue acogida por la divinidad en un prodigioso palacio escondido en el fondo de las aguas.
Mortificado por el arrepentimiento, desde entonces el príncipe solía llegar en una balsa al medio de la laguna y arrojaba ofrendas de oro y esmeraldas para desagraviar a su esposa y volver a ganar su corazón.
Evocando ese mito, los muiscas efectuaban, en ciertas oportunidades, una extraña ceremonia religiosa. El cacique debía untarse íntegramente el cuerpo con cierta resina, y espolvoreárselo por completo con un fino polvo de oro.
Después entraba a la laguna con una balsa, efectuaba ricas ofrendas de oro y piedras preciosas arrojándolas al agua, y él mismo se sumergía en un baño ritual.
Esta ceremonia del "príncipe dorado" dejó de practicarse poco antes de la conquista española, pues los nativos de Guatavitá fueron aniquilados por los de Bogotá.
De todos modos, la fama de su prodigalidad llegó a oídos de los conquistadores, quienes emprendieron afanosamente su búsqueda, con el muy humano aliciente del oro.
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