A principio de siglo, una mujer que fue asesinada por su esposo, espeluznó por años a todo varón "mal entretenido". Francisco Rodríguez, más conocido como el "Gordo del bar", era dueño del primero, único y último hotel de Cerrillos. "Hotel y Bar El Criollo", se llamaba el negocio de la década del veinte.
Tenía una cantina que atendía los 365 días del año hasta altas horas. Frente a la plaza, era el lugar preferido de los parroquiano.
Allí disfrutaban, de unos vinos y de la música que salía de una "moderna" vitrola a cuerda primero, y luego, en tocadiscos que amenizaban la tarde-noche cerrillana, hasta fines de los 50.
El "Gordo del Bar", contaba que una noche de verano, pasada las 12, se avecinaba una fuerte tormenta.
El viento azotaba los arboles y los relámpagos, iluminaban las primeras gotas. Fue en ese momento cuando llegó en su automóvil un viejo cliente vecino de La Merced.
"Recuerdo que los árboles -contaba Rodríguez- se mecían con furia, y los rayos cada vez estaban más cerca. Unos clientes permanecían en el negocio, iluminado con farol, cuando escuchamos que un auto frenaba en el negocio.
De su interior salió un hombre que en dos o tres zancadas llegó hasta el bar, convencidos nosotros, que lo hacía para no mojarse con la tormenta que acababa de largarse con todo. Era Lobo.
"Entró corriendo -relataba Rodríguez- agitado y pálido. Estaba desencajado, y como pudo, se hizo entender para que le sirviera una bebida fuerte. Cognac me acuerdo que le serví.
Se sentó y cuando le pregunté si necesitaba algo me dijo: ¡la viuda! ¡la viuda!. Retrocedí, -continuó Rodríguez- esperando que se explique mejor.
Los parroquianos giraron sobre sus sillas, y atentamente, esperaron que hable, ansiosos, con los vasos de vino en la mano, paralizados a medio trayecto entre la mesa y la boca.
Después del cognac y de unos minutos, Lobo dijo, aún bastante espantado: ¡me ha salido la viuda de la recta de Cánepa!.
-¿Como ha sido don Lobo? le espeté.
-Y bueno, yo venía de Salta y en medio de la recta vi una viejita de negro que caminaba para Cerrillos, al costado del camino. Me dio lástima verla a esa hora y con la lluvia que se avecinaba. Me ofrecí acercarla hasta el pueblo.
No me contestó, le insistí pues la lluvia se venía, por dos o tres veces, pensando que era medio sorda. Al no contestarme, no obstante mi insistencia, puse primera y salí rápido por temor a que el viento voltee alguna rama.
Antes de San Miguel, sentí que algo venía en el estribo del auto, me di vuelta y ví un bulto negro, volví a mirar bien y un relámpago me dejó ver, casi de reojo, a la viejita que yo quería acercar hasta el pueblo.
Venía agarrada del parante del auto, parada en el estribo derecho, casi a mi lado, y su cara, visible por la luz de los rayos, era una calavera. Me estremecí y aceleré -dijo Lobo- , a todo lo que da, y cuando llegue al pueblo la viuda ya no estaba.
¡Es la viuda de la recta! repetía Lobo, para agregar, que ya le habían contado que aparecía, pero que nunca había creído en esas cosas, pero desde entonces -contaba Rodríguez- Lobo nunca más pasó después de las 12 de la noche". Don Francisco Rodríguez murió el 5 de octubre de 1948 y en el negocio quedó su esposa, doña Cirila.
Pasó el tiempo y en el "Bar de la Cirila", siempre alguien se acorda de la "Viuda de la recta de Cánepa
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