En las provincias de Santiago del Estero, y Chaco, aquellas personas que viven en los montes, trabajando ya sea como peones de los obrajes, cada vez más distantes de los centros urbanos, o simplemente dedicados a la cría de ganado vacuno, creen en La Telesita. Para ellos, es una mujer que suele aparecer furtivamente cerca de los villorrios donde están asentados las rancherías de los peones, buscando la compañía de los hombres y mujeres, porque ella tiene una inmensa bondad. Vaga extraviada en la espesura, y muchas veces, cazadores la encontraron, descubriéndola por el ladrido de los perros.
Afirman los santiagueños, especialmente, que Telesita es una joven mujer, hermosa, vestida de harapos, de buen corazón que peregrina en los montes, presa de un inmenso dolor. Es un ser de ultratumba. La imagen que se ve, es el alma de Telésfora Castillo, que tuvo padres y hermanos. Es muy milagrosa, dicen, por eso se le realizan las Telesiadas, que son bailes con abundante libación de aloja o vino, danzando hasta el amanecer. Las ceremonias dedicadas a ella, tienen su tiempo y forma de realizarse. No las hacen en cualquier época. Es una especie de rogativa, por lo tanto sólo la practican cuando solicitan algún favor de La Telesita.
Ricardo Rojas, narra en su libro El País de la Selva:... Yo he visto esas ceremonias. Habíamos galopado largo trecho del monte, y a fin de que las cabalgaduras descansaran, nos detuvimos en un rancho, casi a mitad de nuestro camino. Al acercarnos, se sintió la música entre la confusa arbórbola; y columbramos después el grupo de los que en el antepatio de la choza, bailaban a la luz de la luna. Moraba allí una vieja alegre, bien conocida en el lugar, por ser la madre de dos muchachas jóvenes, zarca de ojos la una, morena de tez la otra, y ambas dispuestas siempre, lo mismo para una arunga que para un marote. Siendo sábado esa noche, estaban de fiesta... Cuando asomamos al corro, un hijo de una señora, jarifo como sus hermanas vino a ofrecerme su anacrónico chambao de aloja, a menos que prefiriese escanciar ginebra, en bote donde habían suxado ya más de veinte labios. Danzaban chacareras en aquel momento, y a son de cuerdas, el cantor decía: Si de cristales fuesen Los corazones Qué bien claras se viesen Las intenciones. Y usó los pies de la pareja, en la postrer mudanza, chisporrotearon cohetes; zahumóse el aire con el hedor de la pólvora; corvetearon caballos bajo los árboles; sonaron voces y palmoteos en la turba; y así volvió a mostrárseme el cuadro ya conocido de las orgías selváticas. No siendo carnaval, ni reyes, ni noche buena, ni otra alguna de las ocasiones clásicas, pregunté el motivo de la fiesta. - Es una promesa a la Telesita. - me bisbisó un paisano cuyo bigote en garfio adornaba las ondas comisuras de su boca sensual. Averigüé quién era la Telesita, y él respondióme con laconismo reacio: - Ánima milagrosa... Como en ese instante se acercaba el ladino de la casa, él abundó en explicaciones. - Si usted quiere ganar una carrera, o sanar un enfermo, o encontrar una cosa que se le pierda... vamos: algo que usted desea le hace una promesa a la Santa. - ¿Promesa de qué? - De ponerle un baile...
Aduciendo sentir lástima infinita por la infeliz, que lleva la mirada extraviada, que durmiendo a veces a la vera de los caminos, y a quien algún paisano piadoso le presta un catre donde descansar fatigosas jornadas y un lienzo, para tapar su magro cuerpo lacerado, los santiagueños supersticiosos hacen en su honor bailantas. Además de sentir penas por la desgraciada, creen que es muy milagrosa, que para conseguir sus favores debe bailarse en su nombre, porque a ella eso le gusta mucho. Quienes conocen su historia dicen que en vida era afecta a los bailes y a
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