Biografía de Botelli, Juan Jose

José Juan Botelli es común encontrarlo sentado en medio de sus nostalgias.

En su vieja casa de la calle Necochea los recuerdos están enmarcados en cuadros, detenidos en fotos, atrapados en las anécdotas que al "Coco" le brotan nítidamente, sin esfuerzo... como su música.

Un escritorio antiguo con un vidrio. Debajo, las escenas de una vida, en blanco y negro.

En las paredes, cuadros. Pinturas grandes, obsequios de aquellos amigos con los que compartía las tardes y las noches en el patio de don Juan Carlos Dávalos, bajo la morera.

Y entre las pinturas, más fotos. Chiquitas, espiando desde la memoria y la admiración: Ramiro Dávalos, Gustavo Leguizamón, Manuel J. Castilla, Manuel De Falla, Maurice Ravel, Igor Strawinski, José Hernán Figueroa Aráoz, Jorge Hugo Román...

El "Coco" Botelli es un lúcido representante de aquella Salta que quedó en los libros y en la memoria por su rico caudal de artistas: escritores, músicos y pintores.

Así, por separado, o todo al mismo tiempo, como es el caso de Botelli, que tiene varios libros publicados, varios cuadros colgados y toda la música echada al viento.

Eran los años '40, '50... Ellos eran jóvenes, y al mismo tiempo grandes, muy grandes. Ahora, Botelli habla y el pasado llega como tropel, superpoblado.

Lo enriquece, pero no lo estanca. Y es que el presente es también tan rico que la convivencia parece casi perfecta.

El joven Botelli que acompañaba a don Juan Carlos a dar largas caminatas o se enredaba en contrapuntos de piano con el "Cuchi" se mueve cómodamente en este cuerpo de más años, más rituales y menos alborotos. Conviven. Y de a ratos habla uno, y de a ratos habla el otro.

"Comencé con la música a los doce años, aquí en Salta y mi primer instrumento fue el bandoneón", recuerda, y no mezquina detalles: "Mis hermanos trabajaban en Huaytiquina, la línea que iba a Chile, y cada uno se compró un bandoneón, pero nunca pudieron aprender a tocar nada.

Yo los agarré y al poco tiempo ya estaba tocando de oído. Ahí nomás me mandaron a estudiar con José Mantuano, profesor que tenía un conjunto de tango.

Entonces aprendí las primeras piezas clásicas, como "Desde el alma", el vals de "Rosita Melo" y la zamba "La jujeñita", que no volví a escuchar nunca más".

Eran los años mozos y la música era importante, pero no lo era todo. Por eso, a los quince se fue con su amigo Juan Britos "de linyera", a Buenos Aires.

"Hemos mentido que nos íbamos a los cerros, cosa que siempre hacíamos, y hemos vuelto recién al mes, bien flacos. Andábamos en los trenes de carga, nos bañábamos en el Paraná.

Pura aventura... Me acuerdo que cuando volví, mi hermano mayor, que hacía de jefe del hogar porque mi papá murió cuando yo tenía tres años, no me dijo nada.

Llegué y me senté a tocar el bandoneón en el patio. Y no me dijo nada. Qué iba a decir si yo ya no tenía remedio". Botelli abrazó el fuelle hasta que un día, de esos que suelen marcar comienzos, a su hermana Ofelia le compraron un piano vertical. Y empezó a tocar.

Y empezó a crecer. "Me mandaron a estudiar con Juan Dakal. Después pasé a mi maestro de toda la vida, Alberto Prevot.

Después estudié armonía con Emerencio Kardos. A los quince, con el acordeón a piano, hice mis primeros valcesitos. Luego estudié tres años en Tucumán, me llevó mi primo Gabriel Salazar, que fue mi mecenas.

Ahí aprendí mucho con Enrique Mario Casella. Después volví y en el año '37 o '38 conocí a Jaime, y a través de él a todos los Dávalos".

Botelli estudió y creó. Y en eso, por lo menos genéticamente hablando, no registra antecedentes. "Mi papá tocaba algo la guitarra, de oído. Mi hermana era la que empezó a estudiar música, pero el habilidoso resulté ser yo".

Y en aquellos años, la habilidad - según revela la historia-, parecía ser contagiosa. Y se contagiaba entre pares, entre jóvenes entusiastas que se reunían en torno de una figura que los aglutinaba, los cobijaba y los invitaba constantemente a producir.

"Conocí a mucha gente en la casa de Don Juan Carlos Dávalos, donde todos eran artistas. Ahí los conocí a todos: al Cuchi, a Jacobo Regen, a Miguel Angel Pérez, a todos... En su casa de la 20 de Febrero, don Juan Carlos tenía tres patios.

Había uno con una morera y ahí nos encontrábamos. El tenía una portentosa amenidad, recitaba a los clásicos y a nosotros nos fascinaba. Conversábamos alrededor de algún vinito que él compraba.

Era muy generoso. No podía estar si no te invitaba algo. Las reuniones eran fiestas que organizaba el Arturo, asados que él mismo hacía.

siempre estaba hablando y nos entretenía. A veces sacaba un libro y se ponía a leer, después cada uno de los presentes recitaba sus propias composiciones.

Jacobo recitaba lo suyo, Arturo lo de él. El nos escuchaba y nos estimulaba para que siguiéramos escribiendo. Uno le contaba algo y él inmediatamente te decía: `escribí eso, es literario'".

Este tramo de su vida, a Botelli, le llega con el espesor de los buenos vinos, lo bebe sorbo a sorbo y le baja suave, lentamente... "A veces yo estaba tocando el piano en esta misma habitación y llegaba don Juan Carlos, golpeaba el vidrio con su bastón y nos íbamos a caminar por la ciudad.

Terminábamos tomando una cerveza en el parque y el viejo siempre se quedaba a charlar en cualquier lado. Todos lo invitaban porque era un personaje.

Yo considero que él ha sido mi maestro. Y ha sido mi padrino, porque yo estaba sin trabajo y me hizo debutar en la docencia, como profesor en el Colegio Nacional. Ahí enseñé desde el '55 hasta el '82".

Los de antes

Botelli es todo un caballero. Esos hombres "de antes", que se desviven en atenciones. Galante como pocos, abre la puerta e invita a pasar.

Y entre sus paredes pobladas de recuerdos, vuelve una vez más a la banqueta de madera oscura, coloca sus manos sobre el viejo piano, lo acaricia, agacha la frente, y comienza a tocar.

"Una milonguita, para ustedes". Y uno se queda ahí, y apenas atina a decir gracias. Porque se pueden regalar muchas cosas en la vida, pero cuando un artista de su talla se molesta en ofrecer ese intimismo, uno se siente infinitamente privilegiada.

¿Una galletita?
Y otra vez, "gracias".

Después del gesto - imborrable gesto-, Botelli retoma el diálogo con la naturalidad de quien mezcla constantemente las grandes y las pequeñas cosas.

Entonces habla del Cuchi. El infaltable e inagotable Cuchi. "Empezamos a componer en el '46 o '47. El no sabía escribir su música y aprendimos juntos, prácticamente solos.

Y aprendimos por la necesidad que teníamos de escribir lo que hacíamos. Y comenzamos a componer en el mismo tono, en `la bemol mayor', por ejemplo.

Pero el Cuchi me ganó de mano porque se agarró para él a un letrista formidable, como lo era Manuel Castilla. Porque yo pienso que la letra es la mitad de la canción.

Mi letrista fue José Ríos. Después trabajé con otros muy importantes, como Miguel Angel Pérez y Nella Castro. Con Ríos tengo como 14 piezas. Con García Pintos, tengo `La nostalgia de tu ausencia', con Juan José Coll `Chacarera de los loros'.

El Cuchi tenía la ventaja de que se agarró para él a Manuel, que era un letrista insuperable; así como Falú se agarró para él a Jaime Dávalos.

Manuel era muy amigo del Cuchi, estaban todo el tiempo juntos. En esa época todos convivíamos y se producía mucho.

Algunos no sabían escribir su música, como le sucedía por ejemplo a Julio Espinoza. A la `Vidala para mi sombra' se la escribí yo. La música era de él, por supuesto, pero como no sabía escribir música, se la pasé yo.

Con el Cuchi tocábamos a dos pianos. Hicimos recitales en el Hotel Salta, en Jujuy, en la Casa de la Cultura... Pero es una lástima que nada de eso haya quedado documentado, registrado.

Es que los grabadorcitos de ese entonces no eran buenos. Generalmente no escribíamos la partitura, improvisábamos, trabajábamos sobre el instrumento".

- ¿Y cómo define su música?

- Es una pregunta difícil. No te sabría decir, pero siempre que hallé una buena letra me ha salido buena música.

Ahora, a la música de cámara la hice siempre basada en melodías del folclore. Mi sonatina, por ejemplo, tiene ritmo de zamba, gato, chacarera... "La danza irregular", tiene ritmo de carnavalito.

-¿Por este método de fusionar el folclore con lo clásico, usted se considera innovador?

-No, más bien hice lo que hicieron todos los músicos: abrevar de su propio folclore. Chopin, por ejemplo, compone a partir de la música de su tierra.

Hay que tomar de la fuente. Verdi hace folclore italiano. De manera que no soy innovador, sino que intenté hacer lo que todos los grandes. Conminado a confesar, a nombrar, Botelli se reconoce admirador de Gershwin, Strawinski, Chopin, Beethoven, Ravel, Louis Amstrong... Y también le gusta algo de Serrat.

Esa música, la universal- dice-, es la que lo conmueve. E inmediatamente llega la pregunta obligada:

- Como integrante de una generación floreciente dentro del folclore,

¿cómo ve al folclore actual?

- En mi época los folcloristas iban a la casa de los compositores a buscar los temas musicales, pero ahora eso ya no se usa. Aquí venían Los Fronterizos, Los Cantores del Alba, todos los conjuntos.

En cambio ahora, los conjuntos (me imagino que por aprovechar el derecho de autor) componen sus propias piezas. Y pienso que esas producciones tienen menor calidad, sin ánimo de sobrevalorar a los de mi tiempo.

Ahora los grupos trabajan para cumplir con la moda. Y la moda es lo más antifolclórico que hay, no favorece el progreso cultural. Además, los artistas deben tener una cultura general que ahora no veo, es todo muy pobre, muy limitado.

Antes, los artistas eran muy cultos, y al mismo tiempo muy populares. En las letras de Jaime, de Manuel hay muchas figuras de Neruda, por ejemplo.


Prevalece el mercado y entonces hay que producir para la demanda. Están muy atados a esos mandamientos. Veo que el folclore se va acercando cada vez más a la cumbia, y parece que la gente pide eso, más allá de que la cumbia sea en sus fuentes un ritmo muy bonito.

En mi época, me parece que la gente pedía otra cosa, como por ejemplo"La Felipe Varela", que tuvo un éxito bárbaro. La música de esa zamba me salió de un sólo tirón porque la letra es tan hermosa que ya tiene una música interna.

¿Y la inspiración? Ese halo medio mágico que uno suele prenderles como distintivo a los artistas para explicar por qué ellos pueden y uno no... ¿Y la inspiración, de dónde le viene? Y en este punto Botelli desentona un poco, porque dice que no le viene del vino (ni tinto ni blanco), como solía ser el caso de muchos de sus contemporáneos.

A esas musas las encuentra, confiesa, en la habitación que nos cobija, toda salpicada de recuerdos. "Una vez estaba aquí sentado, mirando unas fotos viejas, de cuando yo era chango.

Y miraba también otras de mi hijo... Entonces me dí cuenta de cómo llegamos a ser eternos a través de los hijos y las cosas que hacemos. Es el camino para perdurar. Pensaba, y me salió un poema: `Yo y el tiempo'. Dice así:

El tiempo es este retrato de lo que fui de niño

el tiempo es este hijo mío niño y será cuando él sea viejo

que así, como yo soy en él y él será en otro

seré en todos los que vengan de mí

yo y el tiempo.

Así, Botelli encuentra continuidad. Botelli alcanza continuidad. Le sobra vida, porque le sobra obra. Y es para nosotros.


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Botelli, Juan Jose

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