El icónico folklorista repasa su historia: la infancia en la zafra, su consagración internacional con la Misa Criolla y una despedida que honra décadas de legado.
Zamba Quipildor, uno de los grandes referentes del folklore argentino, comienza a transitar la etapa final de su carrera artística con emotivos conciertos de despedida. A los 81 años, y con la misma humildad que lo caracteriza desde niño, el cantor que inmortalizó la Misa Criolla anuncia su retiro paulatino de los escenarios, mientras repasa una vida atravesada por el canto, la raíz popular y el compromiso cultural.
Nacido en Jujuy, criado en Salta y reconocido a nivel nacional desde Buenos Aires, Zamba Quipildor fue bautizado como Gregorio Nacianceno, aunque su apodo artístico lo acompaña desde la niñez. Hijo de trabajadores golondrina, conoció desde temprano el rigor del campo: “A los 5 años desyerbaba almácigos para plantar tabaco. Había que ayudar en casa”, recuerda.
Fue en Coronel Moldes donde sus dotes de cantor comenzaron a brillar. A los 7 años ya era la voz de las escuelas del pueblo, y a los 9 recibió su primera guitarra, gracias al esfuerzo de su padre, quien arrendó tierras para costearla. El canto se convirtió así en una herencia espiritual, entre las zambas de su madre y las bagualas de su padre, entonadas en las madrugadas salteñas.
Quipildor comenzó su carrera formal con el grupo Los Viñateros, pero fue como solista donde su talento despegó definitivamente. Su participación en los festivales de Monteros y Cosquín lo posicionaron en el centro de la escena folklórica. En 1970 debutó en la Unión Soviética y al año siguiente realizó una extensa gira internacional.
Su interpretación de la Misa Criolla —obra compuesta por Ariel Ramírez— lo catapultó al reconocimiento mundial. “En 1974 Ariel me propuso cantarla y desde entonces no paré de recorrer teatros del mundo. Fue un antes y un después”, afirma.
Durante 28 años llevó esta emblemática obra a los escenarios más prestigiosos de Europa y América Latina, compartiendo giras con figuras como Jaime Torres y Alberto Cortez.
Pese al éxito, Zamba Quipildor nunca olvidó sus raíces. Su repertorio siempre habló al hombre del interior, al trabajador, a las provincias. “No me involucré en política. Me dirigí a la gente con respeto, cantando verdadera poesía. La cultura es fundamental para un país”, sostiene.
Hoy, desde su rol como Secretario General de la Asociación Argentina de Intérpretes (AADI), continúa defendiendo los derechos de los músicos: “Representamos a 47.000 intérpretes que también tienen familias. La cultura debe seguir vigente, y para eso es necesario apoyo institucional”.
Lejos de querer prolongar su carrera por vanidad, Quipildor planifica una salida digna: “No quiero dar lástima cantando. Mis cuerdas vocales están intactas, pero ya es tiempo”. Con una disciplina férrea —sin fumar, sin trasnochar, cuidando su voz con ejercicios desde 1972— logró mantenerse vigente durante más de seis décadas.
La gira de despedida comenzó en diciembre de 2024 y continuará hasta 2027, si la salud lo permite. El próximo 15 de mayo se presentará en el Torquato Tasso (San Telmo), y hacia fin de año brindará un concierto especial en el Auditorio Nacional.
Aunque reconoce que muchos escenarios ya no lo convocan como antes, no guarda rencor. “Quizás algunos organizadores me olvidaron, pero la gente no. Ellos siguen ahí, recordando cada canción”.
Zamba Quipildor no solo es “la voz de la Misa Criolla”, es un emblema del folklore argentino. Su legado, forjado en el esfuerzo, la autenticidad y el compromiso cultural, seguirá resonando mucho después de que baje el telón.
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