Macuñ

Chaleco de los brujos, chei, challanco. Chaleco que, a manera de corpiño, se pone el brujo para volar, alumbrarse y detectar presencia humana.

Se le supone hecho de piel humana -pecho de mujer- o cuero de pescado. [La sacan de los cadáveres "a la izquierda del cuerpo y en dirección del pecho hacia la barriga.

Esa piel la curten con ciertas yerbas y enseguida los brujos se la cuelgan con sus cordones al lado izquierdo y con ella andan de noche produciendo una luz especial que los distingue..." (Proceso a los Brujos..., p.130. Declara: Mateo Coñuecar)

"Es luminoso, de luz amarillenta, rutilante, que despide gotas en forma de llamas," por el aceite humano (A. Cañas].
Var.:macuñi, magunñ.
Véase:brujo.


LA CAMISETA DEL BRUJO

Doña Rosalía ya se lo había advertido en un par de oportunidades, que si no sanaba pronto a su marido tenía que vérselas con sus hijos.
_ "A vuelta del Navarino van a regresar de la Argentina, Pelapecho maldecío", le gritaba a pleno camino público.

Don Carmelo Barría había sido un hombre robusto y bueno para el trabajo, pero por cuestión de des-lindes se enemistó con Juan Estanislao, brujo rematado según el vecindario. Ahora no era ni la sombra de lo que fue hace un año.

Primero lo sajaban a pleno día. Después lo extra-viaron en su propio monte, a cuenta una manchita de matorrales, que cuando uno estaba entrando por un lado ya estaba saliendo por el otro.

Pero ahí estuvo dando vueltas medio día -enlesado- hasta que su vieja lo salió a buscar y lo encontró difareando, sentado en un palo podrido.

Después de este percance ya no fue el mismo. Empezó a ponerse maganto y falto de apetito. Lo llevaron al médico, a Castro, pero sus vecinos les aconsejaron que estaban perdiendo plata porque ese era trabajo de una machi.

Pero ésta se declaró incompetente porque el raiguae era muy poderoso y no podía contrarrestarlo. Sin embargo, le dio algunos consejos. Pero necesitaba a sus hijos para eso.

Después cayó en cama y entonces -cuentan los vecinos- era una función cada noche con tan-to lucerío que transitaba la casa. Doña Rosalía se confundía, atendiendo siembras, sus animalitos, a su marido y a los bru-jos por la noche.

Pájaro que se aposentara salía persiguiéndolo con tizones del fogón.
_"¡A cuentas un puñado de huesos está mi viejo! -le gritaba la mujer-. ¡Espérate que vengan los chicos -lo amenazaba- ahí te quiero ver, brujo sarniento!".

Y así fue como una tarde de otoño, en la lancha de recorrido se bajaron dos mocetones
gruesos, forzudos, cargando pesados cacharperos y un par de valijas de madera terciada.

Después de los llantos de rigor, la madre les contó, con más detalles que en las cartas, lo que estaba sucediendo en su hogar. Los muchachos escucharon en silencio y con sigilo salieron de la casa antes que amaneciera.

Lo pillaron todavía en su cama. Y con ese bozarrón autoritario que identifica a los viajeros a la Patagonia, uno de ellos le gritó de afuerita del cercado.
_"¡ Sale de tu cama, brujo flojonazo, que aquí te precisamos !".
A penas se acercó lo tomaron de un ala y se lo llevaron. No hubo palabras durante el tra-yecto. Al llegar, lo introdujeron en el dormitorio y fue atrincado por la familia.

El viejito, acurrucado en su poncho café, negaba todo con mo-nosílabos. Doña Rosalía ordenó:
_"Ahora, sáquenle esa manta. Ahí dentro debe traer su macuñ".

Apareció una camiseta ennegrecida por el hollín y grasienta, que le quitaron en el acto. Quedó en puros cueros, encogido y protegiéndose el pecho.
_"¡Máchavete ahora! -hijo de satanás-" le replicó la mujer.

El anciano recogió su poncho y en dos zancadas alcanzó la puerta.
Ahora chicos -ordenó la madre más calmada- va-yan a buscar unas varitas bien sobaditas y fuertes porque a esta camiseta la vamos a moler a palos.

Este es el chaleco con que ese brujo miserable vuela cada noche. Májenlo bien esto, una hora cada día, hasta que tengamos resultados. Al día siguiente -contaban los vecinos- el viejo Juan Estanislao cayó en cama.

_"¿Y cómo va el enfermo aquí?", pregunta-ban curiosos.
_"Saben, -contestaba doña Rosalía- arregentan-do está. Hoy, hasta unas papitas al rescoldo comió".

Y así no más fue. A la semana, la camiseta no era más que un puñado de hilachas y la salud del embrujado ya se había recuperado casi por completo.

El día que salió al corredor de su casa, aprovechando el solcito de la mañana, se detuvo un vecino a saludarlo.
_"Miren qué alentadito que están don Carmelo". ¿Capaz que tengan fuerzas para ir al sepulte del finado Juan?
_"¿Qué Juan, hombre?"
_"Juan Estanislao -¿qué otro?-. Parece que murió a la amanecida.

A mí fueron a suplicar para que diera razón al fiscal... y repiquen las campanas".



Visitas: 137

Contacto

  • ¡Sigue nuestras redes sociales para estar al día con las últimas noticias, lanzamientos y eventos de música!

Otras secciones

Nuestras redes