El arroz

No solamente las personas tienen importancia dentro de la vida de los pueblos de Salta, o de cualquier otro lugar, sino también las actividades que se desarrollan en torno de algo que represente progreso, prosperidad y seguridad.

Y ese algo a veces suele ser un vegetal, cuya importancia se valora recién cuando está ausente, luego de haber sido el centro del interés y la atención de todos.

Tal es el caso del arroz, según el relato de uno que fue "tordero" en la zona arrocera de El Galpón, hoy reducida a una mínima expresión.

El "Tordero", era el muchacho "maltón", que atento, de a dos, en los potreros donde crecían los arrozales, espantaban los voraces tordos que se abaten sobre la plantación y en contados minutos dan cuenta de las espigas dejando sólo la paja de la gramínea.

En ese tiempo había trabajo para todos y no escaseaba el dinero. Dos plantas acopiadoras aceptaban las entregas de pequeños productores, y los grandes cosecheros daban a trabajo a mucha gente, porque el cultivo del arroz exige mucha mano de obra.

Junto a los altos árboles del monte, en el mes de noviembre de cada año, comenzaban las labores del arado y la siembra de la gramínea.

Esta etapa ya ocupaba a tractoristas y sembradores, que debían actuar en las amplias extensiones que se destinaban al cultivo.

Los más jóvenes veían esta etapa, sentados junto a las acequias rumorosas que más tarde darían vida a la plantación.

Luego cuando aparecían los primeros tallos, entraban con sus palas, azadas y picos, a trabajar los "bordeadores". Estos incansables, de sol a sol, construían a la manera de los castores diques que permitían nivelar la inundación de agua corriente que necesita la planta en esta etapa.

Tras de los bordeadores, llegaban los chicos silenciosos que hacían de "deyerbadores", arrancando con sus pequeñas manos los yuyos que crecían junto a la planta de arroz quitándole alimento y por ende reduciendo su crecimiento.

Más tarde había que abatir los altos yuyos, malezas que llegaban a superar en altura a la del arroz, poniendo en peligro a éste.

Entonces se iniciaba otra de las etapas del cultivo, la cual consistía en el corte de las puntas de las plantas, a manera de poda, para exigir un mayor crecimiento a la planta.

Después de ello comenzaban a cuajar las espigas, pero cerníase un nuevo peligro. Este estaba presente en los tordos que en grandes bandadas salían desde el monte cercano.

Primero llegaban los tordos de color canela, quienes sorben la pasta lechosa que, una vez endurecida, forma la semilla que es el arroz.

Los muchachos llamados "torderos", desde temprano oteaban el cielo en busca de la temida bandada, que aparecía bruscamente posándose en torno al potrero.

Gritos, golpes en latas y otros recursos, eran las armas con que se defendían desesperadamente la plantación.

Uno que llegaba a posarse, era suficiente para incitar a la bandada a un descenso masivo, que apenas daba tiempo a los "torderos" a llegar al sitio del ataque para ahuyentar a los depredadores.

Pero luego llegaban otros enemigos alados. Eran los tordos negros. Más numerosos y audaces que los anteriores, éstos buscaban golosos el arroz ya formado.

Veloces, insolentes, con certeros picotazos iban sacando los granos hasta dejar vacías las espigas, que luego colgaban vacías, inertes, del tallo hueco de la planta.

Después comenzaba la etapa que más gente necesitaba. La estación ferroviaria se convertía en centro de reunión, porque allí bajaban los braceros, que en su mayor parte provenían de Santiago del Estero, y que llegaban para el corte de las plantaciones.

Era la época de la zafra. Hundidos en el agua hasta los tobillos, armados con "ichunas", cortaban las plantas de a manojos y las iba amontonando para el secado.

Allí, todos agachados, iban acercándose al final de las tareas. Los jornales se pagaban puntuales, y muchas actividades colaterales aumentaban los ingresos de la gente que vivía en El Galpón.

Por fin se armaban las parvas donde el grano tenía su último secado, hasta que llegaba la trilladora a completar las etapas, cuando ya caían las primeras heladas del mes de junio.

Para el "veranito de San Juan", las acopiadoras estaban recibiendo las bolsas de arroz, y la paga de la cosecha encendía de vida y de alegría a los que no habían sido castigados por el granizo, y el gris de las palomas cubría los rastrojos, buscando los granos que caían durante la última etapa del cultivo.

Todo eso se fue, y sólo queda ello en el recuerdo del "tordero" de aquellos años de esplendor que viviera el pueblo de El Galpón.

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